Nepal está atravesando uno de los momentos más convulsos de su historia reciente. Lo que empezó como un simple veto a redes sociales terminó por encender la chispa de un descontento acumulado durante años. Y fueron los jóvenes, en su mayoría de la llamada Generación Z, quienes decidieron que ya era hora de salir a las calles.
¿Qué pasó con las redes sociales?
El gobierno bloqueó plataformas como Facebook, Instagram, WhatsApp, YouTube y X porque, según las autoridades, no habían cumplido con requisitos legales. Para los jóvenes, esto fue la gota que colmó el vaso: quedarse sin redes en un país donde millones dependen de ellas para comunicarse con familiares en el extranjero resultó insoportable.
Tras la presión, el gobierno levantó la prohibición, pero ya era tarde: la indignación se había transformado en un movimiento mucho más amplio contra la corrupción, la desigualdad y la falta de oportunidades.

Un país que expulsa a sus jóvenes
Conseguir trabajo en Nepal es casi misión imposible. Aunque las cifras oficiales hablan de un desempleo del 12,6%, la realidad es mucho más dura, sobre todo para los jóvenes. Cada día, más de mil nepalíes hacen las maletas para irse a trabajar al Golfo Pérsico, Malasia o India.
Las remesas que envían sostienen buena parte de la economía: en 2024 representaron más del 26% del PIB, unos 11 mil millones de dólares. Ese dinero mantiene hogares, paga educación y cubre gastos básicos. Pero al mismo tiempo, deja a Nepal sin gran parte de su población joven y productiva.
Corrupción y “Nepo Kids”
Si hay algo que une a esta generación en su protesta, es la rabia contra la corrupción. Escándalos millonarios, obras públicas inconclusas y políticos enriquecidos han dejado a los jóvenes sin confianza en el sistema.
Las redes sociales —antes de ser bloqueadas— se llenaron de publicaciones denunciando a los llamados “Nepo Kids”: los hijos de los líderes políticos que exhiben vidas de lujo mientras el resto del país lucha para pagar arroz, medicinas o la matrícula universitaria.

La chispa se convierte en incendio
Lo que comenzó con pancartas y consignas terminó escalando rápidamente. Manifestantes prendieron fuego al Parlamento, a oficinas gubernamentales y a las casas de varios líderes, incluido el propio primer ministro, K.P. Sharma Oli. El aeropuerto internacional de Katmandú tuvo que cerrar temporalmente debido a los disturbios.
La represión fue brutal: cañones de agua, gases lacrimógenos e incluso munición real. Al menos 25 personas murieron y cientos resultaron heridas.
Ante la presión, Oli presentó su renuncia junto con varios ministros, pero las manifestaciones no se detuvieron. Para muchos, no se trata solo de un cambio de nombres en el poder, sino de transformar un sistema que sienten agotado.
Un futuro incierto
La juventud nepalí parece haber perdido la paciencia. Su mensaje es claro: no quieren seguir siendo espectadores de un juego político donde los mismos líderes se alternan el poder sin ofrecer soluciones reales.
Lo que está ocurriendo en Nepal no es solo una protesta por las redes sociales. Es la explosión de años de frustración acumulada por la falta de oportunidades, la corrupción y la desconexión entre una élite política privilegiada y una población que lucha por sobrevivir.
La pregunta que queda en el aire es: ¿será esta vez el punto de quiebre que lleve a Nepal hacia un cambio real, o solo otro episodio en su larga historia de inestabilidad?
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