Al igual que sus depredadores villanos, la franquicia Alien sigue encontrando otra vida a pesar de su reciente mala racha en taquilla. La última entrega, Alien: Romulus, está dirigida por Fede Álvarez, conocido por películas de terror de culto como No respires y el remake de Evil Dead. Con esas credenciales, no se equivocan al suponer que esta entrega se inclinará más por los elementos de terror, un regreso a las raíces de la franquicia. Quizá sea lo mejor. Después de que el original de Ridley Scott de 1979 cautivara con su terror cósmico y sangriento, la secuela dirigida por James Cameron la convirtió en ciencia-ficción de acción a lo Terminator, una fórmula que funcionó en la película de 1986 pero que flaqueó cuando se emuló en secuelas posteriores. Me alegra informar de que esta vuelta a las raíces también supone un retorno a la forma para la franquicia.
Situada entre los acontecimientos de Alien y Aliens, Alien: Romulus es esencialmente un suave reinicio de la película original de Sigourney Weaver. En ella, una joven trabajadora de una colonia minera llamada Rain (Cailee Spaeny) se une a un grupo de estafadores espaciales en busca de una vida mejor en otro planeta. Para poder viajar durante 9 años, planean robar cámaras de criosueño de una nave abandonada que se encuentra en la órbita de su colonia. Por supuesto, las cosas se tuercen cuando llegan a la nave. Su expedición descongela accidentalmente a un grupo de salvajes alienígenas que se abrazan a sus rostros, atrapando a la tripulación en una batalla mortal por la supervivencia.
Los elementos introducidos en Alien: Romulus resultarán bastante familiares a quienes conozcan las películas anteriores. Al fin y al cabo, las películas basadas en la nostalgia son la norma hoy en día. Pero lo que hace que esta película se sienta llena de energía y, me atrevería a decir, fresca, son los muchos elementos entrelazados que trabajan en armonía.
En cuanto a la construcción del mundo, el director Álvarez ha conseguido recrear la extraña atmósfera lovecraftiana del espacio exterior del original. Gracias a la utilización de muchos efectos prácticos, todo el decorado es táctil. Esto también facilita la creación del factor repulsivo más adelante, cuando los alienígenas empiezan a cazar. Diseñada para imitar a la original en cuanto a avances tecnológicos (ya que está ambientada en la misma época), hay una sensación de continuidad y de retroceso. Como complemento al resplandor visual, la banda sonora de Benjamin Wallfisch llena el ambiente de sonidos desconcertantes que toman referencias de sus predecesores, como Jerry Goldsmith, James Horner y Harry Gregson-Williams, y hace lo suyo con esos elementos. Sorprendentemente, Álvarez consiguió todo esto con una fracción del presupuesto de las otras películas: Alien: Romulus costó 80 millones de dólares, una ganga para una película de gran formato.
Las películas de terror suelen ser baratas de hacer. Álvarez, un veterano del género, ha encontrado el punto óptimo entre la ingeniosidad indie de una película de terror y el derroche de una película de espectáculo. Mientras que las últimas películas de Alien tienden a explayarse y a sobreexplicar la mitología, ésta se mantiene sabiamente en su ángulo de terror cósmico, el miedo a lo desconocido y la humanidad en su centro.
Spaeny no duda en ocupar el lugar de la rompedora Weaver con su propia interpretación de una heroína vulnerable en una situación imposible. En los últimos años, la actriz ha mostrado una notable variedad con sus trabajos en Mare of Easttown, Priscilla y Civil War. Esta vez, demuestra que también tiene agallas para llevar adelante una franquicia de terror, ciencia ficción y acción.
Inteligentemente escrita y bien elaborada, esta película es quizás la mejor entrada en la serie de películas de Alien en décadas.