Cada septiembre, mientras las plazas se visten de verde, blanco y rojo y el aroma de antojitos patrios invade el aire, México entero se prepara para uno de sus rituales más entrañables: el Grito de Independencia. Es un momento que trasciende generaciones, que logra lo que pocas cosas pueden lograr en estos tiempos: unirnos. Pero detrás de esa ceremonia tan conocida, hay una historia mucho más profunda, compleja y humana de lo que solemos imaginar.
El primer grito: ni fastuoso ni ensayado
Cuando Miguel Hidalgo salió aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810 frente a la parroquia de Dolores, no lo hizo con luces, ni fuegos artificiales, ni un discurso épico perfectamente calculado. Lo hizo con urgencia y con el corazón encendido. Según los testimonios más antiguos, gritó algo muy distinto a lo que escuchamos hoy: habló de liberarse de la opresión, de dejar de pagar tributos y hasta ofreció un pago simbólico a quienes lo siguieran en su causa.
Ese fue el verdadero inicio: no un espectáculo, sino un llamado desesperado a levantarse ante la injusticia. Con el paso del tiempo, a ese grito original se le fueron sumando nombres, lugares y símbolos. Cuando llegó a Atotonilco, Hidalgo tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe y gritó su nombre. Luego en San Miguel, invocó a San Miguel Arcángel. Aún no existía el “¡Viva México!”, porque el país entero aún no se concebía como una sola nación.
De un llamado improvisado a una tradición nacional
Con los años, los “vivas” crecieron. Se añadieron los nombres de Morelos, Guerrero, Allende, Josefa Ortiz de Domínguez, y más adelante hasta los ideales como la democracia o el reconocimiento a las mujeres y los hombres que han construido la patria.
Maximiliano de Habsburgo decidió hacer sonar la campana en Dolores como símbolo de mexicanidad. Después, Porfirio Díaz hizo que la campana se trasladara a Palacio Nacional, donde cada presidente la hace sonar desde entonces.
Incluso existe la idea de que Díaz cambió la fecha al 15 por ser su cumpleaños, pero lo cierto es que ya desde 1824 existía la costumbre de celebrar desde la víspera, como parte de las “verbenas de la víspera”, herencia de las festividades españolas. Así nació este ritual nocturno que tanto nos identifica.
Entre héroes reales y héroes simbólicos
Muchos de los personajes que hoy veneramos como “Padres de la Patria” no fueron vistos así en su momento. Hidalgo, Iturbide, Morelos… todos fueron humanos, con errores, pasiones y contradicciones. No se convirtieron en símbolos por ser perfectos, sino porque con el tiempo decidimos ver en ellos lo que necesitábamos: ejemplos de valentía, de ruptura, de esperanza.
El famoso Pípila, por ejemplo, probablemente no existió como un solo individuo, sino como símbolo de todos los mineros que, indignados por las injusticias, se lanzaron contra la Alhóndiga de Granaditas. Las leyendas nacen no para falsear la historia, sino para recordarnos lo que somos capaces de hacer cuando decidimos luchar por algo más grande que nosotros mismos.
El grito hoy: un espejo de nuestra identidad
Hoy, cuando el presidente —y por primera vez este 2025, una presidenta, Claudia Sheinbaum— se asome al balcón del Palacio Nacional para gritar los nombres de nuestros héroes, no solo estará repitiendo palabras. Estará reavivando un hilo que conecta el pasado con nuestro presente.
Porque el Grito no es solo una ceremonia, es un recordatorio colectivo. Nos recuerda que nuestra identidad no nació perfecta, sino que se fue construyendo con voces distintas, con luchas, con errores y con esperanza. Y que sigue construyéndose cada día, con lo que hacemos, con lo que exigimos y con lo que soñamos como país.

Más que historia, un compromiso
Cada “¡Viva México!” que gritamos no es solo por quienes nos dieron patria, sino también por quienes la sostienen hoy. Es por los niños que merecen un futuro digno, por los jóvenes que no dejan de intentar, por los abuelos que no pierden la fe, por quienes siguen creyendo que este país puede ser mejor.
El Grito es nuestra forma de recordar que México no es solo territorio o símbolos: México somos nosotros. Y mientras sigamos recordando de dónde venimos, podremos imaginar con más fuerza hacia dónde queremos ir.
Así que, este 15 de septiembre, cuando las campanas repiquen y nuestras voces se unan, grita con orgullo. No solo porque celebramos 215 años de independencia, sino porque celebramos nuestra capacidad de levantarnos una y otra vez, de reinventarnos, y de seguir soñando juntos.
¡Viva México!






































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