Dolores Huerta nació el 10 de abril de 1930 en Dawson, Nuevo México, y creció en California, en una época en la que ser mujer, latina y activista era casi una invitación a los obstáculos. Pero si algo define a Dolores, es precisamente su capacidad de convertir cada obstáculo en una causa.
Desde joven, sintió la injusticia en carne propia: veía cómo los trabajadores agrícolas —muchos de ellos mexicanos— eran explotados, mal pagados y tratados sin dignidad. En lugar de resignarse, decidió hacer algo. Con una mezcla de valentía, empatía y convicción, comenzó a organizar a los campesinos y a levantar su voz por quienes no podían hacerlo.
En 1962, junto a César Chávez, fundó la Asociación Nacional de Trabajadores del Campo (United Farm Workers). Juntos lideraron marchas históricas, boicots y huelgas que transformaron las condiciones laborales del campo en Estados Unidos. Dolores fue una de las mentes estratégicas detrás del movimiento, redactando contratos, negociando con empresarios y dando discursos que encendían corazones.
Su lema “¡Sí se puede!” —que ella misma acuñó durante una huelga en Arizona— se convirtió en un grito de esperanza y resistencia que trascendió generaciones, movimientos y fronteras. Décadas después, ese mismo espíritu inspiraría campañas políticas, causas sociales y mensajes de cambio en todo el mundo.
A lo largo de su vida, Dolores Huerta ha sido arrestada, golpeada, y hasta dada por vencida por muchos… pero jamás se rindió. Su activismo no se limitó al campo: también luchó por los derechos de las mujeres, de la comunidad LGBTQ+, y por una educación justa para todos.
Hoy, a sus más de 90 años, Dolores Huerta sigue siendo una fuerza viva. Fundó la Dolores Huerta Foundation, con la que continúa empoderando a las comunidades latinas para que participen en la política y exijan justicia social.
Dolores es, sin duda, una leyenda que no se detiene, una mujer que transformó la indignación en acción y que nos recuerda cada día que la lucha por la dignidad humana nunca pasa de moda.
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